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Todo a nombre de la seguridad industrial
“Es preciso lidiar con diferentes condiciones que conllevan riesgos potenciales ocultos en la maleza, en el bosque tropical lluvioso, en la fauna, en la flora, en el clima”
Realizar inspecciones judiciales en la Amazonía ecuatoriana no es tarea fácil. Es preciso lidiar con diferentes condiciones que conllevan riesgos potenciales ocultos en la maleza, en el bosque tropical lluvioso, en la fauna, en la flora, en el clima.
En una de las tantas inspecciones de la que fui partícipe, soportamos lluvias torrenciales con poderosas descargas eléctricas; agotadores soles caniculares que obligaban a tener siempre la botella de agua como un tesoro; agobiantes caminatas por los suelos irregulares e inestables; cruces sobre vías de aguas; eventuales encuentros fugaces con serpientes; traicioneras arenas movedizas y el eterno misterio de la selva.
Un día se presentó un muy extraño y conspicuo ciudadano que fue posesionado por el juez como perito dirimente. Llegó precedido de la bien adquirida fama profesional de ser profundo conocedor de la ciencia, la tecnología y las doctrinas del petróleo. Con su imponente presencia entre pompa y circunstancia, no tardó en adoptar una actitud de capitán de bomberos. Supimos entonces que se trataba de un EEG, enviado especial de Gobierno (a quién llamaremos “simplemente el señor EEG” para proteger su identidad).
El señor EEG lo sabía todo. Era amable pero firme, impartía continuas instrucciones sobre la manera cómo debíamos caminar, por dónde dirigir nuestros pasos, cuándo avanzar en fila india, y todo a nombre de la “seguridad industrial”.
Un día, el señor EEG se había ubicado en un sitio por el que teníamos que pasar en fila india. El suelo parecía firme y no mostraba posibilidad de riesgo, pero al dar un paso hacia atrás, cayó con toda su humanidad en traicioneras arenas movedizas. Su cuerpo era empujado poco a poco por el pantano y con el miedo y la sorpresa reflejados en su rostro. Vimos con estupor cómo se hundía lenta, pero inexorablemente. Por suerte, pronto se encontró con suelo firme cuando ya se había hundido hasta el pecho.
Los trabajadores de los grupos técnicos actuaron rápidamente. Con ramas de los árboles formaron una especie de andamio para facilitar el rescate. Lograron ceñirle una cuerda fuerte bajo los brazos y con el uso de poleas y palancas, apenas de trabajo, lograron elevarlo, tarea harto difícil considerando el peso corporal más la succión que suelen ejercer las arenas movedizas, más el hecho que sus botas llenas de lodo aportaban al peso. Cuando el señor EEG fue rescatado, surgió pálido, pero sereno, y aun cuando hubiera perdido sus botas, lo que jamás podía perder era su porte, su dignidad, pompa y circunstancia. Nunca más volvió, indudablemente por seguridad industrial.
Poco después nos enteramos de que había sido nuevamente investido como EEG, premiado con el nombramiento de embajador en un país europeo donde se dedicó a convocar a estudiantes universitarios, becados ecuatorianos y de otras nacionalidades, para dictar las conferencias de adoctrinamiento en contra de una empresa petrolera. Genio y figura, pompa y circunstancia hasta la sepultura. ¡Qué todo sea por la seguridad industrial!
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