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Crónicas
“Muñozlandia”
Allí conservaba varios especímenes de serpientes, grandes y pequeñas. Recuerdo haber visto entre otras a unas pequeñas y muy delgadas culebras color verde y amarillo
Don Idelfonso Muñoz, colono procedente de Colombia, se instaló antes de 1970 en nuestra Amazonía, año desde el cual doy fe, a las orillas del río Aguarico, a unos 800 metros del primer campamento de Texaco en Santa Cecilia.
Era un hombre risueño, de estatura mediana, tez morena, un tanto rechoncho y de un carácter muy jovial. Según se decía, llegó a nuestro país por vía fluvial, probablemente a través de los ríos San Miguel, Dureno, Tetete y finalmente el río Aguarico. Se instaló con su familia y sus tiernos hijos y en su casa construyó un Serpentario que lo denominó “Muñozlandia”.
Allí conservaba varios especímenes de serpientes, grandes y pequeñas. Recuerdo haber visto entre otras a unas pequeñas y muy delgadas culebras color verde y amarillo. Era su orgullo presentarlo a los visitantes, a quienes recibía con una amplia sonrisa; luego sin más preámbulo, ofrecía algo de beber, y a más de agua o gaseosa ofrecía whisky. Esto es, lo que el visitante escoja; y lo ofrecía en unos vasos de metal de varios colores. Desde luego yo siempre le pedía un whisky seco.
En las visitas que realizaba al lugar, siempre disfrutábamos de largas y divertidas conversaciones para luego despedirnos, sin más trámite. Cuando lo visitaba aprovechaba también la oportunidad de disfrutar del paisaje del río Aguarico.
Por el año de 1971, el gerente de Texaco en Quito tuvo alguna reunión social en casa de don Jacinto Jijón y Caamaño, y por cortesía le había invitado a su hijo, de nombre también “Jacinto”, para que visite Lago Agrio.
Jacinto era un joven ligeramente mayor a mí (muy probablemente ya egresado de alguna importante universidad en el extranjero) -a la sazón yo tenía veintiún años- él era muy educado y fácil de tratar a quien, luego de visitar varias instalaciones y pozos petroleros en la ciudad, se me ocurrió llevarlo a “Muñozlandia”.
Al visitante le impresionó la jovialidad del anfitrión y lo había comentado a su retorno a Quito, relievando lo novedoso de su serpentario.
Pasados algunos años, supe que don Idelfonso se trasladó a vivir en Lago Agrio. Pregunté por él en el año 2003, y me indicaron que vivía en la Avenida Quito (calle principal) y que mantenía su serpentario, pero lamentablemente nunca logré volverlo a ver. Una de sus hijas -muy guapa por cierto- trabajó en el campamento de la petrolera en Lago Agrio, como profesora de inglés.
Me place dar fe de que este simpático personaje fue uno de los primeros habitantes de lo que hoy conocemos como Lago Agrio o Nueva Loja.
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