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Las horas de terror en Quito
La capital de Ecuador vio por primera vez hordas urbanas en toda la ciudad que actuaron a pie, en vehículos o motos.
La capital de Ecuador vio por primera vez hordas urbanas en toda la ciudad que actuaron a pie, en vehículos o motos. Sin policías ni militares a la vista, la sensación de inseguridad se disparó al punto de que los ciudadanos se armaron con palos, escobas o con lo que tenían para blindarse de posibles ataques. Pero la crisis también unió a los vecinos de los barrios.
La mujer anciana, de piel curtida por el sol y de escaso cabello, se detuvo frente a una iglesia cerrada. Unió sus manos. Cerró sus ojos y rezó. Se abstrajo por unos instantes del caos que la rodeaba. Esa escena ocurrió en Carapungo. Cientos de vecinos del barrio, ubicado en el ingreso norte de Quito, caminaron sin rumbo por las calles: unos por llegar a sus casas, otros en busca de alimentos, otros para protestar. No hubo buses, ni taxis, ni siquiera servicio de la aplicación Uber. El populoso lugar quedó aislado. Nadie podía ni entrar ni salir.
El terror avanzó el sábado 12 de octubre en Quito como una gangrena sobre una herida infectada hasta descomponerlo todo. Ya se corría el rumor de asaltos en los principales mercados de la capital: San Roque y Mayorista. Así que los mercados de toda la ciudad y hasta los pequeños negocios cerraron sus puertas o las dejaron a medio abrir para espiar desde allí cautos lo que sucedía en el exterior. La desconfianza en el otro arrasó ese día. Los dueños de pequeños puestos de verduras no se daban abasto para atender las largas filas de personas que llegaron para proveerse de productos. Otros propietarios de despensas se armaron y armaron a sus empleados con palos para que vigilaran a los transeúntes.
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